Canción de Luna

Canción de Luna


Cayó a la intemperie el sol,
tempestuoso el espejismo
abrasaba con afán caliginoso,
sucio y relamido en el fondo sinuoso.

Una niña de su escondrijo agitó la aurora,
y diamantes crucificados en paredes de bruma,
salieron reflejando punzantes figuras,
un cristo o una virgen fraguando locura.

Mas la niña sonrió y me extendió la bolsa
que su mano sostenía,
y en mis andrajos palpitó su cuerpo
y se elevó sobre mi inmunda bisutería.

Azorado por el misterio que el fardo contenía
vino la noche en bálsamo de horrores,
pues en su aureola abandonada su cabeza
escarchaba sin luna una sombra de fulgores.

Todos se reunieron bajo la alfombra estelar
y echaron vistazo a la carpa exhumada;
aquel hueco relucía, vórtice del espectro lunar,
oscuro y frío en su grisácea almohada.

¿A dónde fue la luna? – un pequeño reclamó –
y entrado en pánico su padre balbuceó
- la han robado y nuestra alma en recompensa está
para recuperar nuestro ente robado –

Y aquel hombre, presa del temor
cogió un pico y sacó los ojos de su hijo;
la sangre fluyó y el grito desahuciado condenó:
- hijo mío, el peor castigo es no poder ver la luna en su esplendor –

Pero la gente allí reunida no prestaba atención al atroz,
veían incrédulos la ausencia de manjar,
elevando las miradas a las estrellas que tuertas velaban,
esperando a quien del suceso fuese portavoz.

Yo miré el fardo que el misterio contenía,
y recordaba la sonrisa de aquella niña
que con lucidez su cinismo revestía
- infame y maldita, a dónde habría ido la niña -

Subí al camión y dejé el fardo a un lado del inmundo,
cual basurero plagué la injuria con esbozos
y dejé caer la bolsa que el misterio contenía,
sepultada en un gran peso de basura.

Salieron los poetas, los músicos y los filósofos,
y como adviento apocalíptico, rezaron por su doncella,
y su hórrida sombra se tejía en los enjambres de plomo
de aquel llano perforado por la estrella.

Uno dijo – Luz inocua y mortecina,
al pie de la montaña oscuridad, vencida –
y el poeta lo calló: - Todo metal, toda platería,
bajo la noche su espalda derretida –

Pero el filósofo habló con más eco:
- La luna se ha ido a contemplar su reflejo en un mar,
lejos estamos ya de su hebra,
y tan cerca de su retrato; hermanos, basta sólo rezar.

El mundo era sordo a las bocas necias
que sin magnífica doncella se convertían en aullar
de bestias ahora mortales y de espaldas recias;
pero era sin luna, que hasta los muertos se les veía vagar.

El niño sin ojos desentendido se sentó a mi lado,
y su padre suicidó por el camino de la vieja calle;
oímos la sangre escapar del espíritu lacerado,
mientras el pequeño soltase sus cuencas a llorar.

Sobre la basura, mis andrajos lúcidos canturreaban,
cuanta realeza somete al espíritu a tan aciaga indumentaria,
que la falta de eclipses ahora pudieran degenerar
a una sombra que busca su cuerpo en el seno lunar…

Las comadronas se hicieron de comedias,
mitos y legendarios caballeros se ponían de moda en su armonía,
al fin mortales, al fin la obra de tantas putas y prostíbulos,
donde un Dios vestido de luna se vendía.

La noche era un niño sin ojos,
espectros cansinos cavilando diatribas;
yo, al tanto recargado en mi pila de basura
recordé a la pequeña niña.

Tomé el fardo entre mis manos,
y entre mis uñas cayeron fragmentos
que brillaban fugaces y palpitantes
en lo que parecían plateados lamentos…

Y fluyendo en raudos polvos,
subió la luna hacia el espacio,
y tiñendo de plateado todo
alumbró yerta el cúmulo de plomo:

Todos muertos, ¡Sacro panteón!
funeral risible de triste niña,
alumbra Luna a tus hijos,
¡que locos entonamos esta canción!

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