Nube

Nube = Zaä

Mira el cielo que luce pálido. Míralo ataviado de asures magníficos. El frío le ha desahuciado con la ausencia de Dios. Dios flota en el universo y el universo se compacta en otro Dios, un supremo henchido de muerte, sobre la superficie quebradiza de una azotea. No dejes de mirar el cielo que luce impávido ante nuestra mirada. Y responde: ¿Tu mirada es de acero? ¿Aturdirías al cielo con los efluvios de tu perfume? ¿Lo cegarías con tus largos cabellos? ¿Respirarías a su siniestra y tejerías nubes?
Más allá de las visiones del cielo, el infierno aguza con su único ojo, penetrando en nuestros cuerpos. Escrutando en nuestra alma extrae de sí al espíritu que le hace virtuosa. Pero haz tapado el sol con tu cuello. Tu cuello es como las nubes que yo mismo he tejido en un suspiro y en un espasmo. Y el infierno cae abatiendo el cielo bajo el que me refugio. Acostados, ambos, somos las visiones metafísicas del cielo y el infierno, los jirones de las faldas del mundo que lamen el vacío con perenne frustración. Así nos miran los centinelas cósmicos que por cosmonautas pretenden comprendernos cuando se hallan en la fachada suspendidos.
Como una membrana, una llaga de espuma y un hilo de humo divergen y se entrelazan, mutando para concebir de su propio cuerpo eones de formas, tan sublimes como la razón mágica y extamundana que el infierno posee para aplastarnos. El miedo al sol es perceptible cuando invento tus cabellos para vendarlo y dejarle ciego. Y con tu cuerpo he creado nubes, con singular nombre, todas con similar figura a la de tus ojos. ¿O será que también debo vendarnos a nosotros?

Como una nube surge tu recuerdo. Asesinado por la dúctil materia de ti, elevándote por encima de las aves y las palomas y detrás del sol, justo bajo su mirada infernal y diabólica. Pequeña posesión fantasmal, pequeña belleza escondida en un armatoste; el batir de tus alas friegan mi corazón y lo destruyen. Mi corazón entonces estalla en fragmentos punzantes; afilados como el vidrio, los trozos regados de mi corazón se tienden bajo tu espalda desnuda que ha olvidado sus alas en el cielo, y han sido chamuscadas por el ojo del infierno. Tu lecho está tendido. Mi corazón caído reposa bajo tu espina. Mi cuerpo sin corazón busca en el silencio un latido. Ese latido es tu respiración. Y tu respiración erige quiméricas bestias de espuma y humo que flotan bajo la ribera infernal. Invéntame pues una nube de tu cuerpo para envainar mi espada en el corazón oblongo del sol. Pregunto de nuevo: ¿Tu mirada es de acero? Si fuera así, sería yo el sol y mi voluntad osaría manipularte en pos de tu virtud.

Y cuando las nubes murieron y el sol se heló en el batir lejano de los ciclos polares, vino la humedad. Deambulé sordo en el vacío, y hallé un edén magnético, pulido con oro. Con mis dedos seguí el rastro del sol impregnado allí como un bálsamo. Un bálsamo sobre tus brazos. Y vagué como un extraviado en el universo. Fui a saturno y descubrí constelaciones que se hinchaban contra tus pulmones. Entonces descubrí una luna que brillaba tanto como el sol, pero helaba como un rostro pálido. Una luna eclipsada lejos con otra luna, y una vereda en medio de ambos satélites, un cristal o un espejo donde los astros se reflejaban y se fugaban en un destellar de tiempo sin espacio. Hallé la vereda, y el cielo sepultando el cosmos me condujo a las atmósferas de aquellas lunas. Con atino contaminé sus capas con mis dedos inmundos. Antaño, nadé entre basura y heces. Fui de la suciedad como la suciedad fue de mi alma. No era más que el sigilo permanente de la inmundicia. Pero el cielo hacía fuelles de su boca y soplaba sobre las lunas que eran oscurecidas bajo mis manos. ¡Ay! nunca habrían sido anochecidas si el cielo no invitase al infierno a mirarnos bajo su cobija. Recuerdo el esplendor de la luna sobre un lago. Mojé mi mano y toqué ambas lunas. Que indecencia, replicaba la razón y mi corazón destrozado. Entonces, ambas lunas, como una marea embravecida se fundieron en la oscuridad. Hallaron su sombra en el interior de mi boca. Y las hice de plata, y las hice de fuego. ¿Sigue siendo tu mirada de acero?

¿Siguen las nubes teniendo la misma forma desde que repliqué contra su finita sutilidad? Dime si bajo los rayos moribundos del sol, aún hay aves que buscan su nido entre las nubes. Porque las aves son mi nido, y mis alas las nubes, y mis nubes tu adviento.

Las nubes siguen reflejando tu cuerpo. Pero ahora no somos más que la sombra infinita reflejada en una pared sin lámpara. La nube ha entrado en mi habitación; fuera yo la lluvia para fulgurar entre rayos y truenos y fenecer en mi desértico lecho.

Tu boca se llenó con mi boca y hubo una hecatombe. Tus manos recorriendo el universo, la puerta en espiral achatando el tirador. Y cuando entraste, mi corazón estaba zurcido con tu saliva. Y mi alma, trémula y fría derramada estaba. Entonces vino la nieve como un líquido, había llegado el invierno. Y cual vigía de la noche, en los valles observando ambas lunas y sobre saturno, hallé terso el infierno.

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