Yo, poeta

El lenguaje del Poeta

Bien, así he venido hoy desde el más lejano comején de las bosanovas, raudo y yerto de las nebulosas de aquel Orión que hoy me sabe insípido. Rígido y poco pálido para ser un benigno muerto, un piadoso trozo de carbón disuelto por los más tenues fuegos. Así he venido hoy, para hablar de aquellos ciegos, de los pescadores de las cabezas de los infortunios; de los labradores de los desiertos y los pendientes de las montañas y rumores abismales.

Sé que el infinito no es más que la comisura entre los Dioses y esta tierra. Lo han querido así, lo han virado como un yugo de prístina índole, que para ciertas personas con el corazón hendido y perforado puede resultar como el más exquisito dulce de los grandes banquetes. Estos dulces de amarga cáscara tienen en su centro el más fiero y empalagoso néctar, la hiel del infinito. Pero del infinito se balancea cándido y pende delicado cual cuchilla al aire lo momentáneo, lo indeleble, el fulgor del exquisito sabor de lo ínfimo. Y de lo ínfimo bien azorados estamos; bien sabemos de los soles y sus lunas mutantes y los semblantes de las simientes de las galaxias en su ataúd de inexorabilidad y terror inalcanzable. Ahora pues, hemos alcanzado las puntas afiladas de las lejanías extramundanas, y con impaciencia y aterrados buscamos achatarlas. Que miedo nos alcanza, que miedo baila desde el Orión que hoy me sabe insípido. Que harto estoy de lo efímero.


El horror es callar, más que morder el silencio con los ecos de las entrañas a media noche. De dilatar tal silencio con los albores del infinito, de alborotar redundantemente la algazara a fin que denote que hablo con estupor, y que aunque soy el paladar del infinito también se callar con los rayos purulentos de la luz.

Esperaré no me acusen de mentiroso, pues no soy mentiroso, solo soy digno de contrapuntear la verdad en las cavernosas cuencas de la mentira. Pero la mentira también hace fama de lo infinito. ¿No es más infinito lo que por mentira se desconoce a lo que por verdad se sabe? Que me aprese entonces la mentira.


Hay razas que por si mismas son hijos pródigos del sol, de ellos a los que por orgullo pertenezco; algunos otros son del color de la faz lunar; otros son vaivén del mar; y los últimos, fragantes hijos de la tierra y la naturaleza. Todos nosotros, hombres sobre cubierta en un mismo barco que a popa se voltea. Pero no, a diferencia de estas razas que de piel se erosionan, habemos razas sólidas y más empotradas bajo los relieves de lo eterno que rayos sedientos de los cielos. Algunos nos llaman en la necedad de la etimología: poetas. Así mismo, me contradigo al solo llamarme defensor de los poetas, no más.


El poeta sordo

Poetas sordos habemos, buitres desalados que se empinan como cuchillas sobre la carne hedionda. Y de la noche tememos aciagos presagios. Como de perdernos y desconfiar de la vista, de olfatear la carne que ha sido devorada por las moscas. Y hablamos entonces de pestilencias. No saber más que en la noche y querer saber más allá de lo que no se oye; por eso todo es putridez, todo lo olfatean a miasma. Temen de la noche y no de los fantasmas. Y sus únicos versos son siempre los mismos:


Oh desilusión
no has venido hoy a atormentar?
indumentaria ha sido tu sangre
para mi,
entonces pregunto a ti:
hasta cuando seré hidalgo, quijote
de tu despertar??


A desilusión sabe el sol, la mañana y es lo único que tienen. Su sordera no es nocturna ni taciturna, deben ver, deben oler, y aunque la noches son de los olores no tienen alas con que volver. Triste es su sordera, triste.
Y de estos poetas todo se olvida, pues lo que no es olvido no llega a sus insondables oídos, se ve perdido en una perpetua peregrinación hacia los campanarios de la resignación. Pero aún piensan que aquellas campanas de oro no tienen badajo y han de hacer obra de ello.

El Poeta Mudo

Malaventuranza viven ellos en las brisas de los días. Los días son pesados como marquesinas exponentes de los gritos, donde siempre se ven invitados. De esos extraños prostíbulos en donde solo se entienden con la muerte para beber, mientras sus flujos corporales se disuelven en la madera olvidados de la evaporación y la fermentación. Ellos mismos son vinos, ellos mismos son grandes toneles del más delicioso jugo amargo que es su poesía. Si supiesen, oh! maestros del silencio, si tan solo supieran de la elegancia que precede a su silencio, tal vez no serían más que mendigos suplicando monedas por el hecho de no tener boca para pedir el pan. Más vale su vergüenza; mas oh! poetas, desvergonzados son. Mal aventurados han sido con sus manos.

Y de ellos, de quienes sus bocas balbucean, los dientes no caben en sus encías. El brillo de cualquier hebra de diamante les es ajeno; perecen en la concavidad de sus fauces y se ven en ellas sumidos. Más no pena merecen estos mudos. Si el universo ha decidido callarles, su propósito ha de ser la sabia polifonía para los entendidos con la extenuidad del silencio. Silencio, silencio buscan todos; mas sordos son al no preceder al encanto de estos mudos.

El poeta Ciego

Mayor infortunio al de los ciegos, creo, no hay en el universo. Estos ciegos son los enteros amantes de los haces de luz, de las punzantes gotas de la brisa de las tormentas, de los vientos arremolinados en los preludios de los profanos cataclismos. Su pupila es la ferviente luciérnaga que se enciende de noche y atisba los horizontes; sus ojos son soles y de eso el ciego está seguro. Estrellas de helio que se hunden en su cuenca de infortunio. Aquellos huecos no son más que su universo entero. Oh! si fuesen algo más que ciegos, quizás serían los mejores humanos. Sin embargo, los maldigo. Luces cegadoras de sus vértebras se entierran en la oscuridad, luces de sus manos que se ciernen fastidiosas sobre las áureas corneas de los múltiples convalecientes.
Estos ciegos sólo imaginan, estos ciegos son los más grandes mentirosos, pues nada han visto, sólo injurian secretamente en los ecos del vacío.

El ciego sordomudo o el poeta vivo

Los vivos se resumen por su misma filosofía:

No hay en el mundo, creo
mayor fortuna que la del ciego,
porque sus ojos nunca
repararán entre la luz y la penumbra

No hay en el mundo, creo
mayor consuelo que la del mudo,
pues de su boca no saldrá nunca
injuria a su tierra y a su amada impura

No hay en el mundo, creo
mayor suerte que la del sordo
porque sus oídos no escucharán nunca
la muerte rondando su senda trunca

No hay en el mundo, creo
mayor desgracia que la mía,
pues mis ojos se pierden en contraste
con la luz y la penumbra;
y mi boca profana y vacía
a bocanadas de abismo
sólo palabras denuncian;
y mis oídos solo un canto escuchan:
un eco descalzo en el silencio,
voz raptora, hermanastra fiera…
¡La muerte besando mi piel desnuda!


El poeta muerto



“Epitafio post génesis, resurgimiento de la estirpe de Orión, hastío engalanado con las escamas del epíteto de las nebulosas y la constelación” “Prenda en su saco, muerte y desesperación” “Aullidos y viajes de colibrí; serpenteos y aleteos de buitre; luna de perros; polilla solar desmembrada”
El Poeta Muerto, véase de los convalecientes al inicio del texto.

Mensaje mortal a las mortajas de los inmortales:

Mujer, no te enamores de un poeta,
a eso les convido:

Mujer, no te enamores de un poeta sordo,
sus oídos son tubulares
de augurios y de males.

Mujer, no te enamores de un poeta mudo,
su boca es una hebra
de precipicios y palabras de humo

Mujer, no te enamores de un poeta ciego,
sus ojos son de vidrio
y su mirada frágil pende en los bombillos

Los poetas, sones cavilantes
necios ultramarinos de la estirpe
de los azores vacilantes,
son poetas, manos de bugambilias
y extrañezas perennes
de los cienos y eternas maravillas

Los poetas son carcoma de los embates
verbigracia, indumentaria de hojalata comisura,
cual estrechos lácteos:
rauda masturbación sobre la luna…

Mujer, no te enamores de un poeta:
Es posible que llegue muerto ya
desde su yurta.
Ten miedo del poeta, oh mujer!
y de él no te enamores nunca:
De lo eterno su condena
a bridón perpetuo lleva.

(espacio en blanco propenso a la continuación)

Y el poeta ha muerto, simple atrincheramiento de su obra…
Que mueran los poetas! que mueran ahora!








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