Ventana

Ventana


De los cartílagos la noche impía,
cual desnuda campana palpitante
saja la zarabanda en quedos murmullos:

Entre la traquea turbia de la crin saturnina,
encaramadas tejas entre la ameba de la luna y su espalda,
su espina aún fantasma, aún tuerta en mi pintura,
florece a la espiga, el caracol sin talante, la arpía madura;
Sobre la marca trazada de roza de este organismo necrótico,
reposa su cuerpo encapullado, dormido e intranquilo
bajo esta espesura que se cierne poderosa y oscura.

No derramó suave mirto en la maleza, Dios impío,
el laurel y la espiga enrollada en los dientes de la noche
son preludio de los jirones danzantes en pleno lío;
si en lid cae su jugo ahogando capullo mío,
nada más que muerte le espera a mi tibia consorte:

:

Radiografía de la espuma, ¡responde!
si los archipiélagos tiranos deforman mis huesos,
clavando sus colmillos en mi costado
y sus dientes se hienden perforando mi costilla,
dime brea de las rosas enfermas, si esta muerte desciende
y se hiende en mi mancilla purulenta… ¿Será aquella mujer, ninfa,
costra de los techos plutónicos quien venga de espina
a coronar mis sienes con su sonrisa fatídica? ¡Responde oh espuma de la noche!

Y como si los oídos cavernosos de la penumbra se abrieran
a mis ecos, respondió vehemente a mi consulta…
De los cantos débiles de las lechuzas,
del ronquido esbelto de la hormiga entre los hoyos,
respirando apenas, la mandíbula del ovillo grita en silencio,
grita con el viento sobre sus labios, habla y responde la espuma de la noche:

Viene tu sonrisa esta noche de encantos,
de liebres mutantes en un cuarzo menguante,
vienes tranquila a socavar mis pómulos
para que devore tu cuerpo como espora danzante;
y caiga deliberado tu encanto en mi uña,
astillando mi espalda tu pestaña,
como el aleteo de las luciérnagas en la penumbra!

Ay de mi! luciérnagas tus pupilas
alumbran el riachuelo de mis dedos
que a poco humedecen los cuerpos fantasmas,

y con ahínco el aforismo del infierno
se cierne en nosotros, condenando mi letra empalada,
derrumbando mi costilla en tu lejanía de belleza escarpada…

Fuego tenue, matiz de las entrañas en mis anillos saturninos,
¡Responde por ella, mujer de las cinco letras, dama de la ”L”
de diatriba por la noche, “E” embarnizando mi estupor con que de ella hablo,
“S” de mi sorda sílaba; L de la indulgencia a la injuria…
“Y” fértil de las líneas angulares de su cuerpo, sobre las que por su causa
este juego azaroso de bisílaba termina en el silencio odioso!

No me diga, mujer, que olvide su ostentoso nombre,
pues de saturno pende mi dócil palabra de recordarle,
bajo mi orden sofista, estas letras estrechas bajo las que velo
sordo y ciego, entonando su presencia y lejanía
en la insondable noche!

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