La no se que

Antaño, la belleza injuriada sobre las alas del asfalto
agonizando bajo un manto húmedo
que le marchitaba la piel;
la vi sentada en una morgue de baches y cascajo roído
y recogí sus andrajos, la vestí, la arrullé.

Tomé su lenguas y pinté con ella un cielo rojizo
cubriendo la infinidad de otoño y bancas vacías;
vacilé sobre las hojas y escribí poesías, poesías, poesías
sólo de ella, sólo del cielo y su velamen sangriento…

Recuerdo, el sol tumbado a la orilla de un río seco
mareas de arena, cangrejos huyendo en cráneos
y náufragos perdidos en la sombra de conejos lunares
quimeras ahora, ecos en donde la belleza gritó
y en donde el río se secó.

Huyó como la carnada del pez,
entre el abismo de un mar hecho por mis manos,
descendió lentamente como las hojas del otoño
y se posó bajo mis pies, seca, roída y muerta…

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