Misiva a Silvio Rodríguez

Yo también voy a hacer mi testamento, uno que huela a azufre...

¿Qué pasa con el mundo? Yo no lo entiendo. Cada vez todo es más oscuro, todo se envuelve en una capa densa de oscura materia. La ciudad ya no huele a revolución ni a independencia; la gente apesta a culpa y a pólvora. El cielo se enciende en un acto apocalíptico y hay un silencio tremendo que pende del cielo, barnizado con pólvora. Veo que los cielos son rojos, como de fuego, veo que hay planetas que implosionan a lo lejos, estrellas de harina que se hornean en las alas blandengues de una nave cósmica. No entiendo las matemáticas, ni la física, ni mucho menos sé cómo hornear una estrella para que se vea más hermosa cada noche. Si es que veo la noche sólo encuentro nubarrones mórbidos y teñidos de plomo. En cada esquina un joven de dudosa reputación acecha y pela ojo al transeúnte que con paso preciso y apresurado aprieta su mano contra el bolsillo del pantalón, para que no suenen las monedas ruidosas de su día de pago. Veo que hay un asesino sonriendo con ternura a un santo y a una virgen en un pedestal; las flores que adornan los altares cuentan gramo a gramo la carne putrefacta y litro por litro la sangre derramada. Veo que el asesino se aleja y es iluminado por la gracia patética de un Dios que nos ha abandonado. Veo una lágrima en el rostro invisible de la tristeza que antes reía y reía cuando pasaba cantando una canción (comúnmente La era está pariendo, vamos a andar...) Ahora pulula entre sollozos sobre una viñeta de miedo que se infla con éter sobre la aglomerada ciudad.

La muerte dejó de ser la comadrona que solía visitar a mi abuela para echar el "chisme", mientras le ayudaba a parir esperanzas. Esa muerte tiene engranes ahora, fue suplida por una máquina de acero inoxidable. Hasta las almas fueron cambiadas por hadrones y átomos que menguan en lugar de lunas. Yo veo al mundo, y no lo comprendo. Sencillamente no entiendo lo que las palabras Revolución y Evolución explican de si mismas. Soy creyente y apelo al dogma: No creo en lo que creo, para no olvidarme así de lo que estoy consciente. Mi evolución es pragmática y me adecuo al día y a la noche como todos en mi jodida ciudad. Mi ciudad de polvo pega gritos en las alturas de un abismo sin borde: ¡Que tremenda soledad!

Les pregunté a una estrella y a una rata si hacía bien en refugiarme en el canto y la poesía, pero la estrella estaba tan ocupada hinchándose en sus luces y la rata hurgando en la basura, que me quedé con la cara de idiota esperando respuesta. Dormí entonces, soñé luego y desperté con el ansia febril de un inquisidor. Salí a la calle y grité mi soledad en silencio. Más tarde el Universo me preguntó a mí con una entonación pobre y una resonancia desafinada: ¿Qué pasa con el mundo? Y yo, con la somnolencia de todas las noches respondí: ¿Con el mundo, cuál mundo?

Viceversa, aludía a la vieja escuela inglesa y los proverbios se magnetizaron en mi cerebro: "Las horas de la locura, las mide el reloj" Así lo comprendí. Le grité al Universo: El mundo es la locura, sabrás entonces por qué todo tiene edad. El universo soltó la risotada y me regaló una lluvia como boreal, donde cada gota era un propósito y un alivio, como un alma, como un cuarzo hecho con las hebras de Dios.

Descubrí que mi alma es una metáfora y mi espíritu sigue siendo metafísico. Qué bien jugué a ser "Cosmonauta" :)

Otorgo el epíteto al ajeno, al risueño encantador que por las noches canta sus quimeras a la muerte desde un banquito postrado sobre la luna.

Al trovador le dejo mis silencios, para que los colme del veneno y del perfume de las ninfas añoradas, para que cuando grite no llegue la congoja, y mi soledad y la de mi pueblo sea escuchada.

A mi amante le dejo mi muerte y mis cenizas, mi vida y mi sano juicio.

A mis palabras les dejo una caja musical: El Universo. (casi se me olvidaba eso)

A mis hijos les dejo mis deudas, reproches, historia, mi tumba, mi recuerdo y mis discos de Silvio Rodríguez.

A ese tal Silvio Rodríguez le dejo una pregunta en muchas: ¿Qué pasa con el mundo, el universo, la muerte, la canción y la poesía?

y algo más:

Yo sé como es tomar un colibrí que se acurruca entre tus manos y sentir el latir de su corazón que es como un zumbido, un electrochoque de alivios pequeñitos, de tranquilidades, de naturalezas que escampan de tanta mierda y miseria. La sonrisa lacónica de este animalito verduzco, sus alitas plegadas al vientre y el pico rudimentario de un engendro amable, despiertan siempre mis ansias infantiles de saber que nuestra vida es más corta que un octavo del batir de sus alas, y sin embargo, tan terriblemente bella como él.

Señor Silvio, ¿Dónde ha quedado la locura?

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