Hundido en un plato de sopa

Hundido en un plato de sopa



Mi sien temporizó un deseo…
el humo sazonado con la furia del animal
trepanó las neuronas antitéticas
en caldos fríos y descompuestos
que sorbí asqueado
en el recóndito plano de porcelana
manchado con el lacerado excremento
de mi cerebro.

Caí muerto entonces, ahogado en el plato de sopa;
los duendes, unicornios, cuervos y monstruos
fueron a mi entierro sosteniendo
cruces de fotones que ionizaron
en partículas de concupiscencia terrible;
cargaron mi cuerpo en un féretro ulcerado,
bajaron a lo más hondo de la noche
y sepultaron mi cadáver cubriéndolo de gusanos
famélicos que se aprensaron del cuerpo hediondo,
mordisqueando las sábanas de sangre coagulada
y los jirones de intestino que engalanaban
el arte ambiguo de la salva muerte!


Desperté del sueño y lo que vi fue la purulencia,
la burbuja de almizcle y el borbotón de la carne
sulfurando en la embriaguez del segundero.

Un ratón viejo extendió sus alas sobre mi cabeza,
rasando mi calva con destellos de luz diáfana
que abrazaron el consuelo de mi memoria,
entonces vi el mortal aleteo centellear
como diamantina de Antares
y caer como lluvia sobre mi piel marchita;

Vi desaparecer al insecto inmolado,
en un funeral escampado hasta una luna rota
que hinchaba el pecho furioso de un mar de fuego;

Abrióse el mar en dos mitades…
atravesé seducido por la luna
la falla dividida, como lo hiciera Moisés,
y sin embargo era yo quien desahuciaba su legado,
era yo quien abrió un paraguas en lluvia de fuego
y extendió los brazos para negar a Dios…
sí, fui yo quien con la gracia del estertor santísimo,
escarpó los carámbanos sexuales del paraíso
y los derribó para formar las montañas finitas
que el deseo subía devoto en una tarde
de suicidio…

Atravesé el mar siniestro y me senté a la orilla a cantar,
te recordaba como el incienso de una hoja al otoño,
como el caucho al asfalto
y el trueno al rayo,
te recordaba con el llamado de los demonios a su aposento,
te recordaba en cada purgatorio,
prisión y mazmorra,
con la libertad de un esclavo,
tras el eslabón de tus ojos remotos…

rayé en las paredes tu sentencia,
como un paria, como un renegado y un mendigo,
escribí revolución sin erre
y fui perseguido por la muerte
en los callejones de la depredación…

te vi por última vez muriendo bajo mis brazos,
te vi en la luz añeja de un sueño ahogado en la sopa de la mesa,
vi tu rostro desperdigado, tus ojos de metralla,
y tus pupilas de lunas rotas… tus pestañas de cromo.

Abrí los ojos, no vi nada,
la noche transcurría riendo,
la luna escupía sus amígdalas
y la sorbía con una cuchara…
las estrellas flotaban en mi plato
como salares, como el sudor de tu sexo,
girando en torno a mi deseo…

Me sumergí en la sopa de orbes
y me ahogué un breve instante…
luego desperté con mi sombra
tirándome del pelo…

luego… no sé, luego… sólo recuerdo
el lego del infierno…

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores