El adjetivo traslucido de un insomnio y un sueño al amanecer…
La noche es nuestro cuarto,
y el cuerpo reposa en un funeral de astros,
el espejo dibuja al fantasma,
el espectro murmura en las paredes
y los perros oxidan sus aullidos desde su astrolabio…
Decorado con los huesos del esqueleto exiguo, el habitáculo
es una esfera preñada con luces,
la única pintura es el pálido óleo enmarcado de estrellas,
donde ella admira su cuerpo desnudo,
palpa sus senos y sueña
con el regazo orgánico de una esquirla de plomo.
Este es nuestro cuarto,
la noche magnífica engatusa las bujías
de los relojes a la hora de los santos;
la muerte llega a dormir a veces,
cuelga su sotana en el perchero
y se tiende sobre el suelo…
del ábaco de estrellas la contabilidad de los muertos
le arrullan en una cuna de mares serenos…
La noche es nuestra casa;
los albores bailan como una moribunda flama,
se mece y se apaga como el más inhibido deseo…
y veo brincar nubes en forma de borregos,
luego cuento los borregos con forma de nube
y consigo adormecer el sueño…
En la noche, la almohada es un enjambre de avispas furiosas,
que clavan su aguijón entre las dianas con un certero picoteo;
la herida, fisura en un brote de sangre las pesadillas lácteas
y a la viñeta del sueño colma de miel y veneno.
Uno despierta entre el bisel del escalofrío que pernocta
en los cuellos del claroscuro sedoso,
cuyas barbas se montan
en la versicolor de un hematoma lánguido y vetusto;
versa el ristre de una hoja subsolar
en el ópalo de su médula dionisiaca;
no fuera la calumnia viscosa de su piel de ensueño
perturbando la quietud con su idioma venusto.
Y en tu parvulario
el querubín troca la sed de galaxia
en un ósculo ungido con la avidez necrófila de mi silabario,
las arterias del arcángel se extienden
y caen los retazos putrefactos
del cielo espasmódico
atrincherado en sus ojos cuaternarios.
Mostrase entonces,
bajo la sombra pobre echada sobre el cielo
la esperanza de una redención fantasmagórica,
anunciada por la locura,
trovada con las agujas de una muralla desértica,
y rayada con hechizos de insomnio y metralla.
La luna impresiona con realidades amargas,
pues se aburre de sus sueños,
y he aquí al más muerto de los poetas
que soñaron con la poesía,
ya casi muerto…menos muerto
y muerto de nuevo.
Y heme aquí, al poeta,
que soy lo que el sueño soñó que fui
y no he dejado ser,
pues mantengo el sueño, recargando
el insomnio en el párpado
alimentándolo con un sudario sangriento,
acompasado y triste…
Y henos aquí, poeta y amarga dulzura
engalanada de noche y telarañas,
bajo un ataúd fabricado con pellejos de sueño,
sobre la marcha de una muralla blanca…
Y aunque el sueño es trasnochado
traidor y mutilado,
no he dejado de estremecerme
por ti…
… Como un monstruo que aguarda bajo mi cama,
esperando salir para asaltar mi sueño
Un demonio pequeñito que con su flauta encanta
a las luciérnagas…
… un demonio que convirtió a la luna
en prodigioso insecto…
Y vuelto en mis sábanas, con aliento mortal,
casi con un beso de imprudencia,
veo despertarte con el brillo de un sol asesinado,
tibia y pálida, tullida como astro
y violada por mi descanso eterno…
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