Mortaja

En la sala de un hospital me encontraba parado, recargado en una pared desmoronada. El demonio a mi lado canturreaba al unísono de su profunda meditación. Envuelto en una llama lucía como un sol que ha bajado a desterrar las cenizas de su reinado, y lo iluminaba todo. De su pipa salían moscas que danzaban en una especie de ritual mágico en plena vorágine del miedo. El zumbido repulsivo de las moscas tejía en mis fantasías alambres y alambres donde mi alma, al intentar brincar del cuarto se desangraba. Un apagado ruido invocado de la honda respiración del maestro que al lado mío dormitaba, corroyó las paredes que comenzaron a desgajarse en un espasmo. Me aferré a ellas cuando el suelo se abrió al abismo y de él salieron serafines con alas de aire. “No temas”, me dijo el demonio con voz de una doncella que ha sido despertada en un suspiro. Abracé su flama y vi mis brazos caer al abismo chamuscados. Pero no caí con el peso de mi cuerpo, sus faldas de serpiente elevaron mi cuerpo sobre el vacío y quedé impávido mirando el agujero del que despedían aullidos eones de querubines en el fondo, antaño sepultados. Y salían como una ráfaga afilada. Los segundos estallaban en la misericordia del espacio como globos de éter y salpicaban la flama del demonio que me sostenía. Entonces grité ¡piedad! El maestro me dejó caer.

Rodeado de moscas, me encontraba en el interior de un hospital. En medio del cuarto una camilla soportaba el peso de un muerto cubierto con una delgada mortaja, de la cual transparentaban sus miembros. Alrededor del camastro, centenas de artefactos médicos, posados cual monolitos, oraban tomados de su propio brillo. Estantes vacíos, cajones abiertos, y una bombilla agonizando, pendiendo del techo frágil, aluzaba tercamente aquella desolada habitación. En el rincón del salón, el demonio fornicaba con un ángel de los antiquísimos abismos. Y me replicaba que descubriera el cuerpo que frente a mí reposaba. Temiendo al nuevo infierno, apresuré a desnudar aquel cadáver de su fina mortaja. Y mi sangre estalló y se hinchó fuera de mi cuerpo, cayendo a cascadas a los suelos y siendo dragada por las cloacas. Y el demonio dijo “Bienvenido a los benditos días en que la vuelta es una ida sin retorno” y yo le dije “Maldito estoy por haberme encontrado con el desdén de mi propia dicha” y él, en medio del éxtasis argumentó “De tu desdicha tu cuerpo ha caído antes de que las fauces del abismo se abrieran” y yo protesté “De modo que has sido tú quien moldeó este festín para el degenere de mis sentidos” y él dijo aún fornicando con el ángel mientras las moscas devoraban mi cuerpo “No he sido yo, pues yo sólo soy la virtud que has engendrado, y la llama que a mi alrededor fulgura se hincha con tu desdén” y contesté “¿Quién ha sido el que me ha matado? ¡oh! amo de la virtud” y él dijo derramando su esperma sobre las alas de aire del querubín “Mira tus venas que han explotado y sigue su camino hasta las coladeras”
Y de mi sangre estancada, los miasmas se purificaron con un olor a mortal eucalipto. Y el reflejo de mi amada, lúcida se drenaba en un vórtex orgánico hasta otro abismo. Entonces grité al demonio que volvía a meditar “De todas las infamias, a ella la has escogido para atormentar en mi desdicha” y él musitando respondió “Decidiste probar la muerte, y ella te ha sorbido a ti con un tubo estrecho” y gritando repuse “¡Inefable es mi desgracia, desgracia mía por haber perdido el decoro de quien ama en un esparcido sufrimiento; he conocido ya lo que es la muerte, pero la vida se escapa en una coladera bajo mis pies, y ella viaja en los fluidos vitales que derramé, ¿cómo es eso posible?” y él, dando un manotazo al viento con indiferencia dijo “Mira detrás de ti” Voltee y miré un espejo empañado el cual limpié con desenfreno, y al mirar en su materia, encontré en aquella camilla otro cuerpo cubierto con la mortaja. Retiré la tela y descubrí mi alma yaciendo muerta en medio del cuarto. El demonio se alzaba al cielo hasta un agujero enorme, abierto en las alturas y escapaba ya no envuelto en su capa de fuego, sino revestido y escurriendo en mí sangre. En el rincón del cuarto, mi amada desnuda, y un querubín de los nuevos abismos abriendo su cuerpo para asaltar su alma. Y más muerto ahora, me recosté junto a mi alma sobre la cama, y extraviado en los gemidos de aquellos en el rincón, comencé a devorarla.

FIN

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