Ustedes, (des) hermanos

Ustedes me dicen que tengo que perecer, que me debo ocultar en las aguas turbias de un infierno, en los vapores de algún cielo; que las tumbas osan llamarme como hermano, a fin que las desentierre y hunda mi cuerpo, que camine abajo, al estrecho donde la tierra me guarda las cenizas, a las palas engullidas en los espejos de las galaxias parteras, a esos hoyos donde mi paso habrá de engullir la espuma de la ponzoña, donde he de ser mordido y carcomido por los gusanos. Allí, esa oquedad de sienes nigromantes está tendida en un lecho ya caminado, en un altar de sana mierda, donde ustedes me dicen que tengo que perecer.

Pero oh! amigos míos, yo no soy más que aquel agujero de espinas donde piensan que he de morir; pues mi tumba no ha de ser sino la capa misma, espesa donde deambulará mi alma y mi espíritu; mi cuerpo, la mortaja oxidada de la vida misma, el miasma fatuo de la muerte extraviada. Esta perdida no se difunde en mis espaldas, sino en mi pecho, en un latir de vida en el que se prensa cual cangrejo. Sin embargo, no les digo a ustedes, amigos míos, porque dudo que entiendan de la vida cuando la muerte les ha venido hoy a tocar las encimas.

Yo tampoco he venido a reprochar de muerte y vida, sino a defender la purulencia con que se plantan ustedes en contra mía. Sí, todo es un orbe que danza en los aquelarres de la usanza: ¡Mentira!

Oh! vértigo, oh! voracidad, ustedes putas, su incesto me conmueve. Decir de su ufano y su estertor es cosa de los mentirosos que buscan la verdad a través de los espejos. Yo mismo soy espejo, yo mismo soy una puta vagando entre sus camas de alabastro, yo, el yo mismo que he venido hoy a revelar de cuan misteriosa ala de redes, no es más que la mentira ensanchada en las caderas de las ominosas mujerzuelas cuyo miembro es similar al mío. Muerte en el sexo, así, de mentira la muerte es la veracidad que se sujeta arañando la almohada de los amantes, de los amantes de la mentira. Es por tanto oh vértigo, oh! voracidad, que las liturgias de la mentira las encargo a ustedes por razones que mas bien hoy son desconocidas; esta verdad que trato a decir con la marquesina de mentiroso, esta promiscuidad yuxtapuesta que no ha de incinerar toda idea mía, y nada mas que mía. Quien de mis palabras viese su reflejo y se halle sentado en los bordes del sueño, será el más grande mentiroso, mas quien se vea desnudo en el prostíbulo es el condenado a la verdad. No el reflejo de las ciénagas turbias.

Sentados ustedes, me han dicho que tengo que perecer. Bien, si los días perecen, como no he de estar muriendo poco a poco. Así hermanos, la vida no es más que el espacio vital de la muerte, la mala hierba del espacio vagabundo. Y la vida miente, ustedes mienten cuando defienden su causa. La muerte es veracidad, la muerte es una perra caliente. El camino es basto, pero como saber si perecerán mintiendo o sabiendo que mienten a causa de la verdad.

Tan sencillo es la comprensión de lo que se hace, de la aciaga moral, del falso nihilista, del terco católico. Ustedes, que están sentados en derredor al fugaz acontecimiento, escuchen:


¿Cuál es mi causa? preguntan. Mi causa no es lo que encuentro en mi génesis, sino lo que pesca mi idea al tergiversar, no hay causa sin amoldamiento. Imposible es crear, imposible es destruir. La misma ley de los genios lo pregona con campanas, la materia sólo se transforma. Siendo materia nosotros, mis ideas, las defensas, estamos creados a partir de la necesidad de la mutación. Miento cuando digo que he creado, que he destruido, pues sólo he deformado todo. Soy impertinente porque digo la verdad, y esa verdad es la que defiendo, perdón, la que transformo. Si transformo y creo que creo sólo estoy mintiendo a rasgo de la verdad franqueada. Y si digo que sólo muto la creación, estoy siendo el epígrafe de la verdad a raudo de mentira.

Más bien preguntaría yo, - ¿son lo suficientemente humanos para defender la causa sobre la que se extienden sus falsedades? la causa he dicho, es amoldable, la causa no existe, la causa ha muerto en su creación. Hoy vienen ustedes a condenarme, a convidarme al suicidio. Y yo, decirles solamente puedo, escuchen o sean sordos y contemplen la nada en el vacío. Escuchen a este viejo, a este hombre hablar de verdades jorobadas y mentiras mutiladas; escuchen hablar de la verdad a este mentiroso.

Estoy aquí para acatar la ley de transformar, transformo lucidez pues estoy en la oscuridad; el mismo césped rociado se aplasta a cuesta de mi peso, sus ojos y sus oídos son de lo que leen y escuchan. No creo, no destruyo. Son ustedes, ellos los que a mi me vienen a cambiar, yo los observo en sus jornadas. ¡Ay de ustedes! mentirosos, me ven con tanta verdad que sólo quiero verlos destruir.
Lo único que puedo decirles, queridos míos es esto: Quien pueda crear y destruir, habrá alcanzado el propósito, entonces sí puede morir.
¡No mueran, mentirosos! ¡No mueran, veraces! ¡Oh! vértigo! ¡Oh voracidad! escupan hacia arriba. No mueran, aún tienen que sufrir, la vida está aquí, en lo que defienden. Su camino está torcido y sus patas son torvas. Allí busquen, allí donde se hunden, donde ustedes me dicen que tengo que perecer. Yo encontraré a la vida haciendo su labor, antes que la vida me encuentre a mí, muriendo en su destrucción.

Fin del IV capítulo, favor de empujar y matar antes y después del simulacro. Gracias.

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