Historia del conejo, el paladí y la mujer

El conejo, el paladín y la mujer

Un azul se precipitaba al horizonte,
alguna mujer en algún lugar, bajo lozas oxidadas por la brisa
impregnaba sus olores en los contornos de la fauna
y así manipulaba los naufragios con bestias fantásticas
incitadas por el claro de sus ojos.
alzaba las manos al compás de la marea,
como peinando la luna
y sus cabellos caían en armoniosos latigazos marinos.

Sus alas abiertas, con la oblicuidad de musa perfecta,
Allanaban la habitación del conejo, consumiendo entonces el mar a sorbos
Parecía morir en el yugo de la humedad,
en un epicentro de temblores corporales liberaba paladines y
constructores de dunas saladas, acompañadas de canela y leche, en ocasiones
de pequeñas porciones de gotas diáfanas.

El paladín lidiaba ante la terquedad
de la liebre que lo observaba,
sus ojos deliraban frenéticos
entre faenas de orgasmos y mareas,
mientras que la urbe planetaria se alineaba con la precisión de
tomar sus cuerpos y llamarlos leyendas.

El conejo empecinado en su dama
y el paladín debilitado por el poder de su propio deseo
cayeron furibundos al final de los maizales
esculpiendo en su batalla la modorra de la lluvia,
con sus sudores enérgicos e iracundos,
nombrándola ella y no talvez, no quizás, sino ella.
¡Y llegó la lluvia, y llegó el llanto de Tláloc y Jehová
y cayó por primera vez,!
sobre la mujer, el paladín y el maizal, pero no sobre la liebre…

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