Cuento para dormir a una mujer sin nombre
Cuentan, que cuando cayese la luna
sobre la tierra imperiosa,
sería ella quien recogiera
con sus manos
su estela pedregosa
Pero la luna,
arrullándola entre sus fríos brazos
besó su frente
como la blanca espuma
y cayó hecha pedazos
Y entonces,
como el gorgoteo del cenzontle
nevaron las hojas
del horizonte
y hubo un trinar fúnebre
en las cercanías de Caronte:
Devuelve!, mujer sin nombre
la nieve que tu luz corrompe,
pues su brillo sepulcral
en los álamos tu mirada esconde
y no cederemos al umbral
que tu cuerpo impone
Pero la luna,
aún arrullando a su consorte
dijo con impaciencia enorme:
dejad tercos en paz mi muerte!
porque no hay nada en el cosmos
que desee con más imprudencia
que amar a esta mujer
hasta que mi fin se entone
Y del cielo resbaló pronto la luz
como el caudal del río desbocado,
inundando la hojarasca que la bruma esconde…
y esa mujer, cuyo nombre odio Caronte
vaga solitaria mirando la estrella
que desde arriba le responde:
Cuentan, que cuando cayese la luna
sobre la tierra imperiosa,
sería ella quien recogiera
entre sus manos
mi cuerpo y mi carne dolorosa!
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