I

Los demonios juegan aún en horas de revueltas,
se agitan, danzan, escupen, trocan en música las injurias,
y lazan los manjares de mis entrañas
con sus finas serpentinas.

Al fin de cuentas, estos vividores, rapiña aciaga,
no son más que retratos de la antita sentencia
de los arcángeles.

Abro los ojos y los demonios se han ido,
abro los ojos, siempre lo mismo:
orines, concupiscencia embarrada en el aire,
sombras secas como de arena
sepultando la poca luz de las flamas;

voces, secretos puntiagudos que aguzan los oídos;
voces, murmullos;
voces, gritos al unísono:
Silencio…

Los días se fragmentan:
pequeños trozos de estos días,
archipiélagos, continentes en los cuales brincamos,
remando ¡en un mundo de caballeros y damas devora mierda!

Allá afuera corre el viento,
se respira la náusea,
el polvo bate sus alas
y pica los ojos de cualquiera que alza la mirada.

A estos ciegos se les regala el reino de los cielos,
se aluzan con veladoras,
estiran la mano al viento,
con si fueran un papalote
que se deja arrastrar por un soplido del tiempo.

Veo allá afuera una congregación anegada en culpas,
la esquirla de oro
tan opaca como el alquitrán,
reverbera de sus puntas.

La mendicidad impera:
Los altos costos, automóviles lujosos,
verborrea condensada en nubes de plomo,
poetas de lengua partida,
la falsa economía, cascajo aplastándose,
política que prolifera…



Allá afuera todo arde,
allá afuera florece el gélido infierno,
vagan los perros, amos del mundo,
llueven los sueños contaminados
sobre la idea práctica,
llegan los exámenes para el ignorante;
balas cansadas de morir en el muerto,
asesinos con piel de metralla.

Santos y altares voluptuosos,
auroras hinchadas de fe deudora,
drogas y caricaturas,
¡El mundo se acaba, pregona el nigromante!

El mundo se apaga allá afuera,
se hincha y se encoge como el fuego de una vela,
y llora la agonía
petrificando el tiempo,
en escarcha ígnea que brota de la cabeza del hombre sereno.

II

y se acaba el mundo…

III

Veo allá, más allá del horizonte
el fruto de fuego salpicando su jugo
sobre la carne de los hombres,
y sus culpas viajan deshilachadas
al telar del infierno;
infierno tuerto de legañas cenizas.

El mundo se apaga,
traga sus toscas cabelleras,
vuelca demente la locura
y mueren los amantes trenzados
en un beso de veneno.

¡Cae el redentor de las paredes
al pie de su sombra!
Gritos de acero,
sangre del poeta derramada en el tintero;
luna seducida por la muerte y su mano amiga.
Del cantor la extraviada voz,
estira la mano a su compañero de exilio.

… y vi a los pecados darse la mano,
y perdonarse,
y los oí condenarnos
y beatificarse.

y el mundo se apaga en el instante,
en el tanteo, en la ruptura,
cuando el ojo se extravía en la tempestad,
en el sueño, en las grietas que deja un hálito gemelo…
en los rayos de esperanza retorcida,
de albores sonámbulos,
en las manchas de negrura,
entre las mandíbulas de la noche
que amortaja el párpado vencido,
en el retrato que languidece en mi buró,
en el astrolabio del espectro,
en la miopía del recuerdo perdido.

Y el mundo se apaga,
más que oscurece,
muere de frío,
se extingue en el instante
en que soñoliento se marchita,
y troncha su peso como un yunque
cayendo al vacío.

El mundo muere en el momento
en que despierto y sigues sin estar,
y sigues lejos,
allá donde la muerte llora por sus hijos,
donde los demonios apagan sus ruidos
y disparan sainetes a mi oído,
allá en la lejanía, detrás de las ventanas y los muros,
donde sigues extraviada,
anónima, trasnochada,
en vela amando,
asesinando el mundo…

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores